La llegada a Punta Arenas fue algo accidentada. Aterrizamos con hambre y sueño, agotados del viaje y el día sufrido. Incluso renunciábamos a comer, ya sólo un sitio con cama donde ser acogidos bastaría. Sin embargo hubo un problema con nuestra reserva (una vez más) y nuestras habitaciones habían sido cedidas a un grupo. Así que nosotros quedabamos alojados en un espacio de 3x3metros. Tras momentos de tensión la situación se normaliza y recuperamos nuestras habitaciones reservadas a costa de respirar un extraño ambiente en toda la casa. Esto no impide que descansemos como reyes, no había otra opción.
Por la mañana salimos a pasear por la ciudad. Dejamos el billete a Puerto Natales comprado y las maletas preparadas para embarcar y partimos libres a caminar.
La ciudad parece desolada, deshabitada, no hay gente por las calles, nada de vida, el sol no brilla, todo es gris, el frío cala hasta los huesos. Calles de arena, aceras viejas o poco cuidadas, jardines abandonados donde el cesped crece sin control, casas bajas, muy pocos edificios en el horizonte, nada parece corresponder con una ciudad de más de cien mil habitantes. Más me parece un pueblo en el fin del mundo. Caemos en la cuenta de que es el día de la Inmaculada y puede que sea fiesta.
Algunas casas alrededor de la plaza Muñoz Gamero muestran el esplendor que vivió el lugar. Europeos venidos a principios del s. XX enriquecieron con la ganadería y ahora sus casas son edificios públicos. Pequeños y grandes palacios hechos en piedra al estilo europeo de la época.
La costanera es algo más entretenida, un paseo marítimo con miradores al mar, el estrecho de Magallanes, y al otro lado la isla Porvenir. Callejeamos algo más hasta el museo salesiano, donde se cuenta la historia de las culturas y pueblos que habitaban la zona antes de la colonización. Al menos así lo venden, aunque contaba más de la evangelización llevada a cabo por los jesuitas que de los pueblos que allí habitaron. Una extraña sala cuenta el proceso de extracción del petroleo y el trabajo de las refinerías. Todo ello dentro del mismo centro salesiano.
Salimos pensando en comer, y nos dirigimos al mercado, recomendado por la oficina de turismo. Inmejorable si queremos comer pescado. Pero una vez más, y ya van dos en dos días, volvemos a estar al límite, poner a prueba nuestra suerte. Picamos, nos sentamos a comer con la garantía de que será rápido, y acabamos pidiendo que nos lo pongan “para llevar” o no llegamos a la estación. Así que aromatizamos el autobús con el olor a chupe, de camarones y de marisco, una especie de brandada o paté que dio para mucho.
Llegamos a Puerto Natales a buena hora para descansar, pasear, cenar pronto. Pasamos por el hostal Casa Cecilia, un lugar de montañeros, lleno de alemanes, un ambiente mucho más frío que el vivido en el resto de alojamientos de Chile. En la oficina de la agencia que nos ha gestionado las reservas, 21 de Mayo, nos cuentan en qué va a consistir la excursión contratada para el día siguiente. Suena estupendamente. Compramos provisiones para el monte y un buen vino para celebrar de noche las excursiones culminadas. Cenamos en un restaurante recomendado -La Picada de Carlitos- parrillada, congrio y ceviche. Con las comidas nos hemos integrado muy bien y afortunadamente no hemos tenido ninguna indigestión ni percance grave.
Se va haciendo tarde y aunque el atardecer ilumina el cielo hasta las once de la noche nosotros sólo tenemos tiempo para un pequeño paseo por la costanera y vuelta al hotel para descansar. Mañana será un día lleno de emociones. Veremos las torres del Paine.
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