El viaje fue pesado. Realmente la distancia entre Pucón y Puerto Varas no llevaría tanto tiempo pero las continuas paradas en todos los pueblos y ciudades del camino lo alargaron mucho. A esto se unió que era viernes tarde y todos los chilenos salían del trabajo en coche, intentando llegar lo antes posible a su destino. Ya es el segundo gran atasco que pillamos, el primero fue en Santiago.
Llegamos a Puerto Varas a las diez de la noche, bajamos toda la calle principal y volvimos de nuevo a subir una lateral para llegar a nuestro hotel Boutique Ignacia Villoria.
Tarde como es, dejamos las mochilas y nos vamos corriendo a cenar. Estamos en un poblado alemán y qué mejor que comer en un típico sitio alemán de esta zona chilena. El paso de los años ha hecho que nada sea totalmente alemán o chileno, todo se convirtió aquí en un mezcla de ambas culturas. El restaurante es la casa Alemana, la cena está muy buena y es abundante, demasiado, todos salvo Isma acabamos con dolor de tripa. Volvemos a comer congrio en diferentes variedades, parece ser el pez estrella de este país porque en las cartas aparece cocinado de unas treinta maneras: frito, hervido, grillé, papillote, a lo pobre.. Acabamos nuevamente el día acostándonos tarde, intentamos sacar el máximo jugo a cada rato.
El primer día en esta zona será para conocerla un poco más, sus pueblos, historia, arquitectura... qué mejor que recorrer con un coche sus rincones.
Partimos por la panamericana, la ruta 5, hacia el norte, un poco perdidos porque realmente queríamos bordear el lago y disfrutar de sus vistas. La primera localidad es Llanquihue, un sitio pequeño, un pueblo partido por las vías del tren que cuesta atravesar, sólo dos puntos permiten el acceso a la playa. Unos cisnes de cuello negro de piedra están en el mar, son el símbolo del lugar. Algunas casas nos llaman la atención por su belleza, son antiguas y como todas, hechas en madera. Conservan el estilo de construcción que usaron los primeros colonos, madera listada o tejuelas para recubrir todas las paredes exteriores y protegerlo del frío y la humedad; parecen casas escamadas, como los peces. Todos los colores son posibles aquí.
El siguiente destino es Frutillar, el pueblo más conocido y bonito de los que bordean el lago. Lo forman únicamente dos calles que se extienden paralelas a la orilla del lago a lo largo de más de un kilómetro. Es famoso por la belleza de sus casas, pero también por su auditorio construído robándole espacio al agua. En madera de colores y con una amplia cristalera, llama la atención por su originalidad y diferencia con el resto de construcciones. Parece que nos hemos trasladado a Alemania, los jardines de las casas son perfectos, muy cuidados, las flores relucen con mil colores, hasta el tiempo es gris y lluvioso. Es el primer día que nos llueve, demasiada suerte estamos teniendo. No nos molesta mucho, realmente veníamos con la idea de mojarnos en Chile, sólo algo nos fastidia y es no disfrutar de la impresionante vista del lago, esa en la que vemos el volcán Osorno, majestuosos y amenazante, destacar sobre todo el paisaje. El día es gris y la previsión no mejora, no nos querríamos ir de Puerto Varas sin disfutar de su visión.
Comemos en el pueblo, aprovechamos para descansar y calentarnos y visitamos el museo de los colonos. Llegaron a la región en su mayoría desde Alemania, ocuparon las tierras cedidas por el gobierno chileno para desarrollar la región, echando a los antiguos pobladores de la zona, los mapuches. En principio se dedicaron a la ganadería y agricultura, pero con los años ocuparon todos los sectores y muchos se enriquecieron en el país. El museo cuenta sus historias y reproduce diferntes viviendas, de ricos y pobres, un molino de agua y un recinto con herramientas de labranza.
Antes de irnos, atendemos a las recomendaciones que nos hicieron en la Oficina de Turismo en Madrid y comemos kuchen, un dulce típico alemán que los colonos popularizaron. Muy rico y muy dulce, al menos en las variantes de frutos del bosque, manzana y plátano que probamos.
El último pueblo que visitaremos es Puerto Octay, parecido a los anteriores, aunque sólo Frutillar conserva la belleza de lo que fue, las casas están perfectas, demasiado, diría. En Puerto Octay hay casas que demuestran el paso de los años, la madera necesita de más mantenimiento que otros materiales, y parece que sólo las que se convirtieron en negocios se conservan bien. Nos asomamos a una que ahora es un hotel, parece que estamos en el lejano oeste.
Después de este largo día, nos volvemos a Puerto Varas para pasear un poco junto al lago y por sus también famosas casas de colonos. Cenamos un plato de jugosa ropa vieja en un restaurante cubano y sin más que ver, nos volvemos al hotel. Mañana tendremos que salir pronto hacia Peulla, mejor retirarse. Nos vamos a la cama con el deseo de que el Osorno amanezca para nosotros y poder disfrutar de su visión.