Llegó el día D, la hora H, por cierto, vaya hora, las seis de la mañana! El momento M, un punto de inflexión en el viaje, quizá, casi seguro el más exigente física y mentalmente. Hoy nos espera, claro está, la ascensión al volcán Villarrica.
Desde que lo contratamos soñamos y tenemos pesadillas con él. El volcán Villarrica es un enclave maravilloso, una montaña perfecta, la que pintaríamos niños y mayores si nos piden dibujar un volcán. El interés de este sitio no es sólo uno. Estamos ante un volcán cubierto de nieve, que además está activo y llameante. Vale exagero, sólo expulsa gases pero constantemente. Por eso subirlo no es sólo cuestión de forma física, también el tiempo influye mucho. Se asciende por la cara norte y si hay viento en el cráter que lanza los gases hacia la cara de subida, la excursión se cancela. Si el tiempo es malo también. Son muchos los peligros que pueden sorprender en esta montaña, más de los normales.
Pero todo hoy parece estar de nuestro lado. Nos recogen en el hotel y nos llevan al punto de salida. El equipo ya lo conocemos, tuvimos que probárnoslo el día anterior y con él parece que vamos a conquistar el Everest con Edmund Hillary.
Emprendemos la marcha, el volcán se ve claramente perfilado durante todo el camino, como amenazante. El microbús deja al grupo en la base de la montaña, desde aquí ni se ve la cima. Comenzamos a subir, en primer lugar hasta la base de los remontes usados normalmente en épocas de ski. Creo que prometí hace tiempo que nunca subiría en nada igual, que no lo necesitaría porque no me gusta la nieve. Aquí subir en el telesilla ahorra un desnivel de 400 metros, no se hable más, lo cogemos. Este artilugio da algo de pánico, te sientas en marcha y nada te sujeta a la silla, además llevas una mochila de unos 6-7 kilos delante tuyo. No es aconsejable estornudar. La bajada es lo más sencillo, dos hombres ayudan a los pasajeros a saltar del asiento, están acostumbrados a la poca experiencia de los turistas. A partir de aquí se acabaron las ayudas, ahora todo el trabajo tiene que ser hecho por uno mismo.
Los siete guías que nos acompañan dan instrucciones de como actuar en la subida, como se usa el piolet, que hacer en caso de caída por la pendiente. Es preferible no tener que poner en práctica esto último, cuando caemos no creo que haya tiempo de aplicar instrucciones tan complejas. Espero que el instinto de supervivencia nos dicte qué hacer.
Se asciende haciendo eses, la única forma de hacer más liviana la gran pendiente. Es mejor fijar la vista en el camino, mirar hacia arriba nos recuerda el largo camino que queda, hacia abajo es peor, sólo nos hace imaginar una laaaarga caída sin nada que nos frene... El volcán está ocupado por turistas que en sus ascensiones, parece que estuvieran arañando el monte, extrayéndole la salvia. En algunos tramos son tantas las pisadas que se ha formado una escalera. Se agradecen estos tramos más sencillos para la ascensión.
Rápidamente los españoles formamos el vagón de cola, sólo unos suecos se quedan a nuestro ritmo. El resto, europeos, israelíes y quizá algún norteamericano avanzan con total ligereza. Sebastián, uno de los guías, nos acompañará todo el camino. La guía Francis también pasa bastante tiempo con nosotros. Gracias chicos! Así pasamos más de tres horas, ascensión, parada para tomar fuerzas, crema y más crema, cacao, agua, barrita, y a seguir. Somos una procesión con sus paradas, su sufrimiento. Pero las vistas son únicas, el valle, la nieve, las montañas, y el cráter cada vez más cerca. Hay momentos en los que parece que el desfallecimiento vence, pero las ganas de llegar pueden con todo. Y ahí está! El humo y el olor a azufre nos golpea la cara, desagradable, pero la señal de que estamos en la cumbre. Nunca vimos nada igual, nunca llegamos a ningún sitio parecido, una experiencia inolvidable.
Paseamos por la cima, la nieve continua acaba de perderse, pero incluso dentro del cráter se ven restos de nieve que resisten las temperaturas. No se llega a ver el fondo, no brota lava, la nube es tan densa que no vemos prácticamente hacia dentro. Pasamos poco rato en la cumbre, no es sano estar allí, y siendo los últimos tampoco tenemos demasiado tiempo que perder.
Ahora nos espera el descenso, si la subida fue dura y larga, la bajada se puede eternizar. Pero una sorpresa nos espera, ya nos habían dicho que podía hacerse y la verdad, no nos dan opción. Nos vestimos para conquistar el Everest, parecemos buzos, no tenemos casi movilidad, y así ahí vamos, a lanzarnos en trineo! El trineo es una especie de escupidera plana, al menos eso me recordaba. Desde la misma cumbre nos sentamos en la parte alta del columpio y nos dejamos caer, allá vaaaamoooos!! Cuando la chorrera se acaba hay que buscar otra, colocarse, poner el piolet a modo de timón y vuelta a la diversión. El peligro parece poco, aunque más de una vez nos salimos del camino trazado y acabamos rodando o dando volteretas, es fácil coger mucha velocidad, controlarlo necesita de práctica y no tener miedo.
Perdemos el piolet, rodamos, gritamos, golpeamos al de delante, todo puede pasar porque el peligro es poco. Y al final descendemos en cuarenta y cinco minutos!!! Y si quitamos las explicaciones y esperas para dejarse llevar por el trampolín, quizá podamos reducirlo a veinte. Sí, tanto esfuerzo para acabar bajando en tan poco tiempo. Y es que vale mucho la pena, ha sido tan divertido que repetiría! Pero no mañana.
Vuelta a Pucón, en el camino es imposible dejar de admirar la montaña conquistada. En la oficina bajamos y compartimos un rato de charla con los guías y resto de participantes. Los chicos nos dan el plan perfecto para la tarde, las termas Los Pozones. Una tierra volcánicamente activa tiene sus ventajas e inconvenientes. Los pueblos tienen una caseta que indica si hay alarma volcánica, la última erupción del Villarrica fue en 1960, y no es el único en la zona. A su vez, la zona está llena de termas de muy diferentes ambientes, para todos los gustos.
Los Pozones son seis pozas al aire libre en un entorno idílico, junto al río, rodeados de árboles de más de diez metros de altura. Las temperaturas varían unos veinte grados, entre veinticinco y cuarenta y cinco. Difícil aguantar en algunas de ellas. Vamos cambiando de unas a otras, hay que probarlo todo, saltamos de la templada a la caliente.
El día ha sido completo, no podríamos pedir más, hemos disfrutado, nos hemos relajado, reído, sufrido. Sólo queda reponer fuerzas y caer rendidos como si fueramos niños de dos años. Nos lo hemos ganado.