Y esto es por lo que fuimos a Isla de Pascua.
Los moais se yerguen de espaldas al mar día y noche, verano e invierno. Sus caras de piedra miran sin ver hacia el interior, hacia las montañas y la tierra firme, hacia otras épocas. Hubo hombres que los esculpieron y transportaron; quizás nunca imaginaran que durarían siglos. Quizás sí lo esperaban. Estas enormes estatuas representan, a mi entender, el afán del hombre por permanecer, el ansia de inmortalidad, en contraste con el mundo variable, violento y mutable; duros bloques erosionados de piedra volcánica frente al batir y la espuma de las olas del poderoso océano Pacífico.
Relataré una experiencia, sentado al atardecer frente al ahu Tahai. Este ahu está formado por cinco moais junto a los que hay dos más, separados del resto; uno de ellos aún tiene los ojos tallados en coral y piedra semipreciosa. El sol se pone sobre el océano Pacífico y una pequeña multitud se sienta en silencio sobre el verde césped frente a ellos, observando las figuras de piedra recortadas contra el brillo del reflejo de las aguas, delante del océano y del firmamento infinitos. Se escucha el bramido de las olas, una frontera de espuma blanca marca la línea entre la tierra y el mar. El pensamiento vuela, arrastrado por una música que sólo uno oye. Notas la respiración profunda, tranquila. Las estrellas pueblan ya el cielo aun con la última claridad del día. El sol se pone entre las nubes como una gigantesca bola de luz, sus rayos son, ahora sí, los de una estrella. Los moais están en silencio. No dicen nada.
Hay más de 800 moais desperdigados por toda la isla. Su origen es la cantera de un volcán, donde aún se encuentran muchos, clavados como estacas irregulares por toda su falda. No se ha descubierto cómo los transportaban y hay las más diversas teorías. El pueblo Rapa Nui los erigía para conmemorar un gobernante sabio, un héroe, una persona reverenciada. Protegían y cuidaban a las aldeas junto a las que se encontraban. Son el culmen de una cultura megalítica que estuvo aislada durante más de un milenio en esta isla de apenas 163 km2, poco más de 20 km de largo, y que devastó fatalmente los recursos naturales de su entorno antes de prácticamente desaparecer. Nos quedan estos gigantes y centenares de lugares arqueológicos, petrogrifos e instrumentos, una lengua lejanamente emparentada con la de los pueblos polinesios, leyendas y mitos.
Este es el blog en el que los cuatro viajeros -Lourdes, Carolina, Luis e Ismael- van a relatar sus experiencias de viaje por este bello país sudamericano, durante sus vacaciones navideñas de 2011
martes, 20 de diciembre de 2011
Impresiones de la Isla de Pascua - cultura actual
Debido al tamaño de la isla, y también al corto tiempo que estuvimos allí, prefiero escribir mis impresiones sobre la Isla de Pascua antes que una crónica de nuestras actividades.
Lo primero que nos llamó la atención fue la poca población que tiene, apenas unos 4000-5000 habitantes. Esto es determinante, porque con un número tan bajo es muy difícil que exista una sofistificación grande en la cultura actual Rapa Nui, o en los servicios que se ofrecen. La población además está dispersa; hay un núcleo, llamado Hanga Roa, que es donde se concentran supermercados, restaurantes y alojamientos; pero consiste básicamente en dos o tres calles de casas bajas y locales descuidados, entre los que crece maleza y solares vacíos.
Los Rapa Nui que hemos encontrado son algo salvajes, al estilo de los malagueños más cañís. Conducen o bien coches desastrados y cochambrosos, o bien modelos tuneados sin demasiado esplendor al estilo de hace algunos años. También motos con las que hacen ocasionales caballitos, y por cierto montan a caballo también, descalzos y pelo en pecho al viento. La palabra que mejor los define es asilvestrados, pues asilvestradamente tanto surfean desnudos como espantan las moscas sobre la comida en el mercado. Ojipláticos dejan a los turistas como nosotros.
La vida silvestre en la isla también tiene algunas peculiaridades. Hay perros vagos como en el resto de Chile, pero también caballos sueltos, en algunos casos malnutridos. Alguno vimos muerto. También hay algo de ganadería en las fincas particulares del interior de la isla. Sólo los Rapa Nui o sus descendientes pueden optar a poseer terreno en la isla por ley; es un acierto para evitar la sobreexplotación, pero explica la poca especialización reinante. No hay mucho pájaro.
Las comunicaciones tampoco dan para mucho. Una carretera asfaltada corta en diagonal la isla y de ella salen brazos de ripio hacia la costa. No parece hacer falta más. Casi todos los coches son todoterrenos de cualquier modo. Hay un único aeropuerto del que sale un único vuelo hacia el continente; también hace escala un avión camino de Tahití. No tiene puerto, salvo un embarcadero al que llegan las barcazas que transportan material cuando arriban los grandes cargueros, que quedan anclados lejos de la costa.
Eso en cuanto a la cultura moderna. Otra cosa muy distinta es la cultura antigua, de la cual la isla rebosa.
Lo primero que nos llamó la atención fue la poca población que tiene, apenas unos 4000-5000 habitantes. Esto es determinante, porque con un número tan bajo es muy difícil que exista una sofistificación grande en la cultura actual Rapa Nui, o en los servicios que se ofrecen. La población además está dispersa; hay un núcleo, llamado Hanga Roa, que es donde se concentran supermercados, restaurantes y alojamientos; pero consiste básicamente en dos o tres calles de casas bajas y locales descuidados, entre los que crece maleza y solares vacíos.
Los Rapa Nui que hemos encontrado son algo salvajes, al estilo de los malagueños más cañís. Conducen o bien coches desastrados y cochambrosos, o bien modelos tuneados sin demasiado esplendor al estilo de hace algunos años. También motos con las que hacen ocasionales caballitos, y por cierto montan a caballo también, descalzos y pelo en pecho al viento. La palabra que mejor los define es asilvestrados, pues asilvestradamente tanto surfean desnudos como espantan las moscas sobre la comida en el mercado. Ojipláticos dejan a los turistas como nosotros.
La vida silvestre en la isla también tiene algunas peculiaridades. Hay perros vagos como en el resto de Chile, pero también caballos sueltos, en algunos casos malnutridos. Alguno vimos muerto. También hay algo de ganadería en las fincas particulares del interior de la isla. Sólo los Rapa Nui o sus descendientes pueden optar a poseer terreno en la isla por ley; es un acierto para evitar la sobreexplotación, pero explica la poca especialización reinante. No hay mucho pájaro.
Las comunicaciones tampoco dan para mucho. Una carretera asfaltada corta en diagonal la isla y de ella salen brazos de ripio hacia la costa. No parece hacer falta más. Casi todos los coches son todoterrenos de cualquier modo. Hay un único aeropuerto del que sale un único vuelo hacia el continente; también hace escala un avión camino de Tahití. No tiene puerto, salvo un embarcadero al que llegan las barcazas que transportan material cuando arriban los grandes cargueros, que quedan anclados lejos de la costa.
Eso en cuanto a la cultura moderna. Otra cosa muy distinta es la cultura antigua, de la cual la isla rebosa.
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