Comenzamos la
mañana muy temprano, aunque amanece aún antes. Desayunamos y nos
recoge en el mismo hotel Andrea, la guía que nos lleva en
todoterreno a visitar los Saltos de Petrué. En un área formada por
lava basáltica, el río Petrué se desencadena a través de
imposibles saltos en los que la roca apenas si está erosionada.
Tenemos poco tiempo para deleitarnos y para echar fotos. Vemos las
cascadas desde un pequeño bote y nos mojamos con la espuma y la
increíble potencia del agua.
El ferry hacia
Peulla nos espera a las 10:30. Mientras cruzamos el lago de Todos los
Santos vamos pensando en las actividades a realizar a la llegada.
Pellúa es una zona plana situada entre altas montañas, de origen
glaciar y volcánico. Los primeros pioneros se asentaron aquí a
principios del siglo XX; uno de ellos, Ricardo Roth fue además un
visionario, impulsando el turismo. Suya es la Isla Margarita en mitad
del lago, así como la compañía que nos lleva en bote. El gobierno chileno declaró la zona Parque Nacional
en 1926, pero otorgó a los pioneros tierras en reconocimiento al
trabajo realizado y también para asentar su soberanía sobre esta
zona de los Andes.
Llegamos a Peulla
y nos abruma la belleza de la naturaleza. El lago, precioso, termina
en un embarcadero que da paso a unas llanuras fértiles rodeadas de
laderas densamente pobladas con árboles. El hotel en el que nos
alojamos es entero de madera y a nuestros ojos un lujo. Comemos unos
sandwich y Lourdes y yo salimos disparados para nuestra primera
actividad, una cabalgata a caballo a través del valle hacia la Isla
Negra.
Es la primera vez
que hacemos una ruta de este tipo. Nos dan unos caballos mansos,
Mariposa y Durandago, y empezamos a acostumbrarnos a los animales.
Por suerte nos compenetramos razonablemente bien, lo suficiente al
menos para no dar con nuestros huesos en el suelo. Nuestros
compañeros de actividad nos apoyan lo suficiente y así empezamos a
descubrir el valle. Cruzamos praderas donde vemos llamas, jabatos,
terneros, ovejas, otros caballos; vemos a pequeños azores llamados
tiuques jugar entre ellos dando chillidos y a otras aves de largo
pico, como los queltehues. Cruzamos un río a caballo y pasamos por
bosques escondidos bajo el musgo y la humedad. Los caballos son
nobles y nuestra ruta de dos horas y media resulta un éxito.
A la vuelta sólo
podemos pensar en descansar. Nos duchamos y nos reencontramos con
Caro y con Luis, que han hecho lo propio. Una caminata hasta el lago
nos permite disfrutar con más calma del camino. Ducha y cena en el
hotel, que a pesar de su lujo, nos decepciona; suponemos que aún
están a medio gas, la temporada alta de turismo empieza en enero.
Jugamos a cartas antes de que el sueño llame a nuestra puerta.