domingo, 4 de diciembre de 2011

Peulla


Comenzamos la mañana muy temprano, aunque amanece aún antes. Desayunamos y nos recoge en el mismo hotel Andrea, la guía que nos lleva en todoterreno a visitar los Saltos de Petrué. En un área formada por lava basáltica, el río Petrué se desencadena a través de imposibles saltos en los que la roca apenas si está erosionada. Tenemos poco tiempo para deleitarnos y para echar fotos. Vemos las cascadas desde un pequeño bote y nos mojamos con la espuma y la increíble potencia del agua.

El ferry hacia Peulla nos espera a las 10:30. Mientras cruzamos el lago de Todos los Santos vamos pensando en las actividades a realizar a la llegada. Pellúa es una zona plana situada entre altas montañas, de origen glaciar y volcánico. Los primeros pioneros se asentaron aquí a principios del siglo XX; uno de ellos, Ricardo Roth fue además un visionario, impulsando el turismo. Suya es la Isla Margarita en mitad del lago, así como la compañía que nos lleva en bote. El gobierno chileno declaró la zona Parque Nacional en 1926, pero otorgó a los pioneros tierras en reconocimiento al trabajo realizado y también para asentar su soberanía sobre esta zona de los Andes.

Llegamos a Peulla y nos abruma la belleza de la naturaleza. El lago, precioso, termina en un embarcadero que da paso a unas llanuras fértiles rodeadas de laderas densamente pobladas con árboles. El hotel en el que nos alojamos es entero de madera y a nuestros ojos un lujo. Comemos unos sandwich y Lourdes y yo salimos disparados para nuestra primera actividad, una cabalgata a caballo a través del valle hacia la Isla Negra.

Es la primera vez que hacemos una ruta de este tipo. Nos dan unos caballos mansos, Mariposa y Durandago, y empezamos a acostumbrarnos a los animales. Por suerte nos compenetramos razonablemente bien, lo suficiente al menos para no dar con nuestros huesos en el suelo. Nuestros compañeros de actividad nos apoyan lo suficiente y así empezamos a descubrir el valle. Cruzamos praderas donde vemos llamas, jabatos, terneros, ovejas, otros caballos; vemos a pequeños azores llamados tiuques jugar entre ellos dando chillidos y a otras aves de largo pico, como los queltehues. Cruzamos un río a caballo y pasamos por bosques escondidos bajo el musgo y la humedad. Los caballos son nobles y nuestra ruta de dos horas y media resulta un éxito.

A la vuelta sólo podemos pensar en descansar. Nos duchamos y nos reencontramos con Caro y con Luis, que han hecho lo propio. Una caminata hasta el lago nos permite disfrutar con más calma del camino. Ducha y cena en el hotel, que a pesar de su lujo, nos decepciona; suponemos que aún están a medio gas, la temporada alta de turismo empieza en enero. Jugamos a cartas antes de que el sueño llame a nuestra puerta.