Cinco y media de la mañana; Lourdes y yo nos levantamos, con todo el cuidado que podemos, de la habitación del Refugio que compartimos con Caro y con Luis. Ya entra luz por la ventana, las mañanas son tempranas en la Patagonia. Nos abrigamos como si fuéramos Admunsen en su expedición al polo y salimos a caminar.
En cuanto empezamos a caminar hacia el Valle Francés, nuestro destino de la mañana, nos damos cuenta de que va a ser un buen día. Nos vamos quitando ropa; la temperatura es perfecta y nuestro camino nos lleva por colinas de maleza y ocasionales árboles que nos protegen. No hay nadie más, sólo nosotros dos andando ligeros y decididos a aprovechar al máximo nuestra estancia. Cruzamos arroyos y bordeamos lagos. Subimos y bajamos cuestas. Y finalmente cruzamos un largo puente colgante hasta nuestro Rivendel, el Campamento Italiano en la entrada del valle.
Aún tenemos un poco de margen de tiempo para caminar. Un guarda forestal nos recomienda continuar subiendo por el valle un poco más hasta el mirador del Glaciar Francés; le hacemos caso. El valle tiene en su centro un caudaloso río de montaña y a sus orillas, árboles y piedras se mezclan. Nos detenemos largo rato para contemplar a un pájaro carpintero que nos reta picando con energía en un árbol; nos maravillamos del animal, de su desafío, de sus fuertes garras, del sonido de su pico.
Seguimos subiendo y llegamos finalmente al mirador. El glaciar se divide en dos partes, separadas por una abrupta pared; vemos caer con gran estruendo nieve y hielo desde la superior hasta la inferior, donde forma una pequeña montaña blanca. Grabamos la imagen en nuestra memoria y emprendemos el descenso, que se nos hace cómodo por la buena temperatura y por lo que hemos disfrutado. Silenciosamente nos vamos despidiendo de las Torres, de su majestuosidad y de su naturaleza, de su salvaje belleza.
El catamarán nos recoge a las 12:30 y a la llegada, enlazamos con el autobús de línea hacia Puerto Natales, a donde llegamos a media tarde. Mientras Lourdes y yo nos reponemos en La Picada de Carlitos, Luis nos da una mala noticia; ha descubierto que su cámara de fotos se ha extraviado durante alguno de los trayectos. El siguiente autobús, que nos lleva hasta el aeropuerto de Punta Arenas, nos deja otra pincelada de mala suerte; la mochila de Carolina se ha quedado en Puerto Natales debido a una negligencia de los operarios de los autobuses. Caro y Luis hacen todo lo que se puede hacer por dejar parte de lo ocurrido; ya no se puede hacer más que esperar suerte y seguir el camino.
Desde el aeropuerto enlazamos con Santiago y desde allí a Isla de Pascua. Más de 24 horas de viaje. Lo más importante, sanos y a salvo.
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