Y esto es por lo que fuimos a Isla de Pascua.
Los moais se yerguen de espaldas al mar día y noche, verano e invierno. Sus caras de piedra miran sin ver hacia el interior, hacia las montañas y la tierra firme, hacia otras épocas. Hubo hombres que los esculpieron y transportaron; quizás nunca imaginaran que durarían siglos. Quizás sí lo esperaban. Estas enormes estatuas representan, a mi entender, el afán del hombre por permanecer, el ansia de inmortalidad, en contraste con el mundo variable, violento y mutable; duros bloques erosionados de piedra volcánica frente al batir y la espuma de las olas del poderoso océano Pacífico.
Relataré una experiencia, sentado al atardecer frente al ahu Tahai. Este ahu está formado por cinco moais junto a los que hay dos más, separados del resto; uno de ellos aún tiene los ojos tallados en coral y piedra semipreciosa. El sol se pone sobre el océano Pacífico y una pequeña multitud se sienta en silencio sobre el verde césped frente a ellos, observando las figuras de piedra recortadas contra el brillo del reflejo de las aguas, delante del océano y del firmamento infinitos. Se escucha el bramido de las olas, una frontera de espuma blanca marca la línea entre la tierra y el mar. El pensamiento vuela, arrastrado por una música que sólo uno oye. Notas la respiración profunda, tranquila. Las estrellas pueblan ya el cielo aun con la última claridad del día. El sol se pone entre las nubes como una gigantesca bola de luz, sus rayos son, ahora sí, los de una estrella. Los moais están en silencio. No dicen nada.
Hay más de 800 moais desperdigados por toda la isla. Su origen es la cantera de un volcán, donde aún se encuentran muchos, clavados como estacas irregulares por toda su falda. No se ha descubierto cómo los transportaban y hay las más diversas teorías. El pueblo Rapa Nui los erigía para conmemorar un gobernante sabio, un héroe, una persona reverenciada. Protegían y cuidaban a las aldeas junto a las que se encontraban. Son el culmen de una cultura megalítica que estuvo aislada durante más de un milenio en esta isla de apenas 163 km2, poco más de 20 km de largo, y que devastó fatalmente los recursos naturales de su entorno antes de prácticamente desaparecer. Nos quedan estos gigantes y centenares de lugares arqueológicos, petrogrifos e instrumentos, una lengua lejanamente emparentada con la de los pueblos polinesios, leyendas y mitos.
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