El pack lunch en el refugio es muy completo; bocadillo, barrita energética, agua, fruta y un brownie. Lo cargamos en nuestras mochilas junto con un poco más de agua y todo tipo de ropa; pantalones contra lluvia, guantes, gorros... no sabemos qué tiempo nos va a hacer. El cielo anuncia nublado y chispea un poco.
Comenzamos a caminar tras el desayuno, no demasiado temprano. Luis nos cuenta que Caro se despertó anoche como en una pesadilla, menos mal que esta vez dormía en la litera inferior. Sólo un susto, quizás debido a que estamos cenando tarde y acostándonos pronto.
La ruta de hoy es quizás la más exigente de todas las que vamos a hacer. La primera parte es toda subida pero sin excesiva pendiente. Aprovechamos para fijarnos en los pájaros, los hay preciosos. Los prismáticos de Lurdes se hacen valiosos. Comienza a chispear, y según ascendemos, la lluvia se convierte en nieve. Pronto tenemos los pantalones empapados, y aunque nos ponemos los cubres de lluvia, ya los tenemos mojados. Seguimos la subida como mejor podemos; hace frío y la cuesta con agua se hace más difícil. Tampoco podemos ver mucho paisaje por las nubes.
Después de un rato que se nos hace interminable, conseguimos superar la primera mitad, y nos encontramos en un valle entre los montes. La vegetación cambia completamente, y de andar entre arbustos pasamos a andar entre árboles frondosos y verdes que bordean arroyos de montaña y ocasionales puentes colgantes. Inmediatamente tras superar la cuesta inicial nos detenemos en el Refugio Chileno, donde nos despojamos de la ropa mojada que secamos en una concurrida estufa. Esperamos algo más de una hora a que el tiempo escampe y a que nuestras ropas se sequen, mientras tanto comemos y reponemos fuerzas.
Con el tiempo algo más amigable, continuamos la ruta cerca del mediodía. Este nuevo paisaje nos fascina; subimos y bajamos colinas de abundante vegetación y tierra fértil, que nos protege del viento y del chispeo de la lluvia. Las montañas, cercanas, nos ofrecen unas vistas que nos animan a seguir subiendo. Pronto el bosque deja paso a una ladera de rocas descarnadas, la morrena del antiguo glaciar que dio forma al valle. Subimos como podemos, y con la altura vamos encontrando nieve acumulada entre las rocas. Las montañas a nuestra espalda van creciendo imponentes pero lo mejor está por venir; en la cima de nuestra escalada está el mirador de las Torres.
El mirador ofrece una vista sobre un lago de aguas blanquiazules rodeado por rocas, sobre las que las tres torres del Paine se yerguen majestuosas. Las nubes se despejan lo suficiente como para que podamos disfrutar del esfuerzo realizado y para echarnos unas fotos con las que recordar la gesta. Encontramos en la altura otros compañeros de escalada con los que charlamos y nos relajamos, al fin; un muchacho chileno, otro vasco, una pareja... ¡Victoria!
El descenso se nos hace mucho más corto después de lo que hemos visto. Según bajamos, el sol empieza a hacer acto de presencia. Nos terminamos de secar con él y hasta pasamos calor. Como dice el título, Cuatro estaciones en un día. Suficiente por hoy.
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